Expedición al Bosque de Narl

Tras las bodas de Lord Akrom y Sir Férenc, el tiempo transcurrió tranquilo en Fuertecolmillo. Ésta se iba convirtiendo en una ciudad pequeña, con una población contenta con sus gobernantes tras los esfuerzos de Traspié y Sir Férenc en administrarla de forma eficiente (disminuyeron el descontento, que rondaba el 8, hasta prácticamente nulo; a un descontento de 11 el dominio empieza a perder territorios).

Lo único reseñable que ocurrió al final del verano fueron dos hechos: de un lado, Sir Adorjan intentó que Niclas, uno de los herreros de Fuertecolmillo, forjara un arma de calidad para Lord Akrom. Al discutir con Niclas por el precio, unos guardias que oyeron el griterio entraron en la herrería. Sabiendo que Sir Adorjan era miembro del Alto Consejo, golpearon a Niclas y le aplastaron la cara contra el yunque, quemándosela, por haber ofendido a uno de los consejeros del señor de Fuertcolmillo. Niclas desapareció de su herrería y de Fuertecolmillo a los pocos días, con pinta de haber jurado venganza. De otro, una pequeña exploración del Bosque de Narl que llevó a Akrom y compañía a descubrir en un claro un antiguo templo parecido al de las ruinas del fuerte sobre el que habían edificado su ayuntamiento, dedicado como éste a antiguos y oscuros dioses. Un oso endemoniado lo habitaba, pero acabaron con él fácilmente.

El tono cobrizo y los vientos gélidos del otoño llegaron a las tierras de Akrom y sus compañeros, y en una reunión del Alto Consejo recibieron a los embajadores de una tierra lejana, Tarakia, hombres extraños que vestían largas túnicas. Su líder, Ogun Akkilic, presentó sus respetos a Lord Akrom y le pidió permiso para recorrer sus tierras a fin de identificar los productos y materias primas que podían interesar en su tierra. A pesar de las recomendaciones en contra del Padre Kerwin, que les consideraba paganos adoradores de demonios, Lord Akrom accedió. Ogun le entregó un esclavo como regaloa Akrom, un hombre de piel tostada por el sol y rostro sombrío llamado Ataldurk, y del cual dijeron que era un excelente arquero. Akrom mandó que se le manumitiera y diera alojamiento, a fin de que comenzara a entrenarse como guardia y aprendiera la lengua dérea que se hablaba en Fuertecolmillo. En la reunió con sus consejeros, decidió también mandar a Oblivio como embajador cuando los tarakios volviesen a su tierra para establecer relaciones.

El Alto Consejo decidió también fundar un asentamiento un poco más al norte, en el cruce del río que desembocaba en el Lago del Colmillo cercano a Fuertecolmillo. Se desplazaron hacia allí para fundar el asentamiento, que en un futuro correspondería a Oblivio para gobernar. Tras unos meses de obras y gestiones, en noviembre, llegaron noticias de que en Fuertecolmillo había algunos alborotadores hablando mal contra el señor de las tierras.

Lord Akrom y sus compañeros cabalgaron de vuelta a Fuertecolmillo (a continuación, txto de la aventura):

Al aproximaros a la muralla de Fuertecolmillo, pasáis cerca de campos donde los siervos se afanan en transportar cosecha almacenada para cubrir las necesidades del invierno: trigo, remolachas y cebolla se cargan en carromatos que se dirigen a las granjas de los alrededores o a la ciudad. Es mediodía, y al aproximaros a los muros, una ruda voz pregunta “¿Quién va?”, pero enseguida escucháis avisos para dejar pasar al lord del pueblo y sus acompañantes. Las calles hierven con actividad, con un frenesí que es difícil de describir. Todo tiene pinta a nuevo, a inacabado, pero a la vez, a estar en movimiento, creciendo. El ambiente de pueblo de frontera permea cada casa, la cervecería, la torre… Todo el mundo va a algún sitio, vende algún producto en la calle, o se sube a alguna caja para propagar la fe a Treum, que el Caos está a punto de devorar el mundo o que las criaturas del bosque pretenden arrasar Fuertecolmillo. Varios caballos están atados en el establo cerca de El Buen Trago, la taberna del pueblo, y los parroquianos beben en la puerta, de lo abarrotado que se halla el establecimiento. Os fijáis que varios de ellos portan armas envainadas, una clara indicación de que son espadas de alquiler o cazarrecompensas que han acudido a vuestro pueblo a hacer fortuna. Reconocéis a Akiros entre los hombres armados que beben en la puerta.

Akiros había formado una compañía con otros tres hombres: Sir Gábor Tsonka (un hombretón enorme con pinta de pocas luces, armado con una maza), Sir Izydor Guzowski (un caballero kosziano, del reino al oeste de Brevoy y norte de los Reinos Fluviales, de gesto cruel que vestía una capa rojo oscuro) y Gritos (un bárbaro eldwicka, la única tribu de los fluviales que reside al este de las Tierras Robadas, conocida por su crueldad y perversión; su aspecto era el de un hombre de corta estatura con el pelo rapado del que cuelgan dos trenzas; llevaba también una perilla y los ojos desorbitados sobresalían en un rostro repleto de cicatrices que parecen hechas aposta). Todos se presentaron a Lord Akrom y su séquito, y se ofrecieron para servirle si necesitaba que «solventasen» cualquier tipo de problemas.

Lo agradecieron y recordaron por si en algún momento lo necesitaban, pero querían lidiar con el alborotador y sus compañeros personalmente. Akrom tuvo también que tratar, en las audiencias que concedía, con las fechorías de su maestre, Gwenallt, que al parecer se había acostado con una campesina prometiéndole un trabajo en el ayuntamiento. Reprendió a Gwenallt y le dijo que a la próxima salida de tono iba a sufrir su ira, planteándose el mandarlo al monasterio de los Mendicantes al este. A la mujer, cuyo padre era ya anciano, le ofreció un trabajo en la cocina del ayuntamiento.

El alborotador se trataba de un antiguo minero de los yacimientos al norte de Fuertecolmillo que juraba haber visto hombres bestia y advertía que la ira de Treum caería sobre los hombres si no los erradicaban de la faz de la tierra. Tras enfrentarse a él y discutir frente a una multitud sobre el tema, lo mandaron arrestar. Sir Adorjan se disponía a interrogarle en el comedor del ayuntamiento pero finalmente decidió ejecutarlo, cortándole la cabeza de un tajo. Posteriormente el grupo se dirigió a la mina de los hombres bestia y les ordenaron que la abandonaran y emigraran al este, a fin de evitar que pudiesen ser avistados por más vasallos supersticiosos que podían propagar rumores.

Pasó un mes y en una gélida noche de diciembre, Sir Férenc se despertó por unos golpes en el exterior del ayuntamiento. Salieron todos al encuentro de un hombre que, con los ojos de color violeta y totalmente enajenado, golpeaba con una maza las paredes del ayuntamiento encima del cadáver de un guardia. Entre todos lo redujeron y lo mandaron a una mazmorra en la prisión de Fuertecolmillo, pidiendo al Padre Kerwyn (que culpaba del suceso al haber recibido a los tarakianos) que lo interrogase y viese si era víctima de una posesión.

En las audiencias de ese mes Lord Akrom ecibió a Tanwen, una mujer que desconsolaba pedía ayuda sobre la desaparición de sus cuatro hijas. Lord Akrom prometió solucionar el entuerto y al día siguiente investigaron al jóven que era la última persona que las había visto, un granjero llamado Farkas. Éste les confesó que las había atraído hasta bien dentro del Bosque de Narl, al oeste de Fuertecolmillo, porque se lo habían pedido unas «voces» en su cabeza, en sueños nocturnos. Le obligaron a acompañarles en una expedición a las profundidades del Bosque de Narl.

Tras un día de expedición, Traspié notó una sensación que le llamaba hacia el oeste, y al continuar cabalgando encontraron la entrada a un mausoleo que parecía de varios siglos de antigüedad. Explorándolo hallaron varias trampas y en una de las salas, lo que parecía el lugar de descanso de un antiguo general, vestido con sus mejores galas y que portaba una espada y, extrañamente, la vaina de una daga. Cuando iban a saquear la tumba, el cuerpo del general, un esqueleto vestido con una antiquísima armadura, se levantó y les intentó asesinar a estocadas. A punto estuvieron de sufrir la muerte con los golpes de su hoja que eran extrañamente gélidos (incluso para el frío glacial que hacía fuera del mausoleo), y de hecho Farkas, el joven granjero, cayó herido de muerte. Finalmente lo acabaron destruyendo y Traspié tomó su vaina, comprobando que encajaba con la daga que portaba y que habían encontrado en el antiguo templo bajo el suelo del fuerte de Lord Venado. E inscrito en ella se leía: Cassius Vaerlius Corvus. General IX Legio Derea.

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