Leyendo: Hijos de Dune y Dios emperador de Dune

El otro día comenté lo mucho que me gustaron los juegos de Dune de MS-DOS y cómo me condujeron a conocer el universo creado por Frank Herbert, a leer la obra homónima y ver la película de David Lynch. Hoy toca hablar de los productos de Dune que no han estado a la misma altura.

Por el camino me he dejado Mesías de Dune, el segundo libro de la saga, que leí un par de años después del anterior. Es un libro que no estaba a la altura del primero, pero que tengo que decir que me gustó. Corto, te deja un buen sabor de boca a epílogo al primer libro y es una manera de decirte que las puertas del universo de ciencia ficción siguen abiertas.

Peor nivel me parece que tenía la primera precuela que sacó el hijo de Frank Herbert con un amigote suyo. Dune: la casa Atreides hacía algunos retconnings un tanto azarosos y por lo general no tenía el mismo tono que los libros de Herbert padre. Pero bueno, tengo que decir que al menos lo terminé. Porque con Hijos de Dune es donde la locomotora de lectura fue perdiendo fuelle. Recuerdo tenerlo en formato de bolsillo, la misma que mi Mesías de Dune. Pero a diferencia de éste, Hijos de Dune era bastante más voluminoso y desde luego enganchaba considerablemente menos.

Así que mi yo (iba a decir adolescente, pero creo que ya sería veinteañero) lo dejó abandonado en la estantería. En algún momento me lo metí en la mochila que solía llevar por ahí para obligarme a leerlo, pero ni por esas. Terminó en un armario de casa de mi abuela, con su Paul Atreides y Lady Jessica de la película de David Lynch mirándome acusatoriamente cada vez que me topaba con el tomo, como preguntándome que por qué no lo leía. Pero yo les echaba una mirada aún más severa, preguntándole a Frank Herbert que por qué había escrito ese peñazo.

Finalmente, casi dos décadas después, me propuse retomarlo y terminarlo. Aún tenía reciente en la memoria ver el remake de Dune en cines, una película que a mi gusto era lenta, sosa y con poca capacidad para transmitir lo que se contaba en el primer libro. Así que me interesó ver cómo progresaba finalmente la trama de la saga. Pues no ha cumplido mis expectativas la verdad, para explicarlo tengo que hacer algún spoiler.

Porque Hijos de Dune es denso, como el primer libro. Pero a diferencia de éste, no es interesante. Ocurren menos cosas y los diálogos son eternos, repletos de una verborrea sin control que aporta poco o nada a la trama. Sí, hay ciertos sucesos y personajes interesantes. Leto II comienza a caminar por la Senda de oro y el Predicador es, la verdad, un personaje que me gustó mucho, con ese misterio de si es Paul Atreides que retorna de las profundidades del desierto. Aún así, de entrada, la premisa de que Leto y Ghanima sean los protagonistas no deja de chirriarme. Es muy sensación a  Dune: the new generation o película de Disney con protagonistas niños.

Acabé Hijos de Dune leyendo páginas en diagonal y sacando fuerzas de flaqueza, totalmente aburrido ya de los diálogos, pero con ganas de poder llegar al siguiente tomo de la saga, Dios emperador de Dune. Había leído algunos comentarios por foros sobre lo que me esperaba: un Leto totalmente desquiciado y transformado en una especie de híbrido humano-gusano de arena. Así que cuando abrí el libro y comencé a leer, le tenía muchas ganas. Me esperaba una combinación de futuro grimdark donde Leto reinaba con puño de hierro junto al body horror inherente a que el hijo de Paul Atreides ahora tuviera el cuerpo de un shai-hulud.

La verdad es que la cosa empezaba bien, con un salto temporal de ¡miles de años! Me fascinó la idea de pensar que este episodio de la saga transcurría milenios después de la muerte de los protagonistas que había conocido en libros anteriores. ¿Qué cambios sociales, políticos, económicos o culturales podían haberse dado en ese lapso de tiempo? Empecé a pasar páginas con interés.

Sin embargo, a los pocos capítulos entendí que no, que no me iba a encontrar con un “futuro del futuro” del universo Dune, ni con un tirano que gobierna un imperio decadente, oscuro y opresivo, y mucho menos con terror corporal cronenberguiano explicando los pormenores de tener un monstruoso cuerpo gusanil. Dios emperador de Dune es, ante todo, una historia lenta. Muy, muy lenta. La mayor parte del libro son diálogos soporíferos y a menudo crípticos, que imagino que Herbert pensaba que cautivarían al lector, pero en mi caso al menos no fue así. Lo poco que sí que ocurre lo recibes como agua en el desierto de Arrakis: escaso y precioso, pero no sirve para compensar los eternos diálogos que en mi caso me servían de somnífero imbatible cuando leía antes de dormir.

Por si fuera poco, algunos de los sucesos o elementos del libro aumentan a la enésima potencia el absurdismo de Dune ése que nunca acaba de ser explicado por Herbert. De nuevo se utilizan, en una sociedad supuestamente hiperavanzada, animales salvajes para asesinar a enemigos. De nuevo. Si en Hijos de Dune eran unos tigres, aquí unos lobos. Ni siquiera tiene la gracia de ser algo novedoso, es incomprensible y encima suena repetitivo. Las interminables resurrecciones como ghola de Duncan Idaho tampoco acaban de cuadrar mucho. ¿Por qué se dedica Leto a encargarles a los Tleilaxu copias y copias de Idaho si siempre acaban volviéndose contra él? Los capítulos además siempre están precedidos de fragmentos de los diarios de Leto que, lejos de parecer profundas reflexiones filosóficas, acaban sonando como desvaríos cansados y redundantes. Hacia la mitad del libro, cuando vi que las cosas no iban a cambiar, acabé adoptando resignadamente la misma actitud que con Hijos de Dune.

Como digo, es una cuestión de gustos y sobre estos no hay nada escrito. Es muy posible que el problema no sea tanto de los libros como que a mí se me hayan pasado detalles, temas o matices de las obras que las hacen interesantes para los fans (si es así, encantando de leerlos, de verdad). Pero, al menos por ahora, creo que de Dune me quedo, de lejos, con las dos primeras novelas y los videojuegos noventeros.

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